Cóndores en Malvinas: Aerolíneas Argentinas en la Guerra

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En Río Gallegos, un grupo de pilotos escucha el briefing metereológico para otro vuelo del puente aéreo a Malvinas. La tripulación del Hércules de la Fuerza Aérea recibe los datos de viento en superficie en Puerto Argentino, y la velocidad excede el máximo que el avión soporta. Al fondo, un civil empieza a levantar la mano. Su compañero, otro civil, lo mira como pidiéndole que se quede en el molde. Sin embargo, la mano se extiende entera, y junto con ella, Eduardo Blau, civil, comandante de Boeing 737 de Aerolíneas Argentinas, dice “nosotros podemos ir”.

La participación de Aerolíneas Argentinas en el esfuerzo logístico de la guerra por nuestras Islas Malvinas es una de las páginas menos contadas de su historia. Y sin embargo, una de las que mejor retrata lo que Aerolíneas es: sacrificio, voluntad, sentido de pertenencia. Amor por lo que se hace y por lo que se es. Cuando fueron convocados para colaborar, ya habían empezado a planificar por su cuenta.

Desde los Boeing 707 que salían a peinar el Atlántico para reportar la posición de la flota Británica cuando venía para el sur y se bancaron las escoltas y amenazas de los Harrier, pasando por los mismos 707 que fueron y volvieron a Libia e Israel a buscar toneladas de armamento y municiones, y por los 737 que saltaron entre Río Gallegos y Puerto Argentino 89 veces, llevando 6500 soldados y 400 toneladas de suministros.

La pista de Puerto Argentino medía 1250 metros de largo. Las condiciones climáticas no eran ni por asomo las ideales. La zona de espera de los aviones era sobre la turba helada. No hubo un solo incidente operacional. No se pinchó ni una goma. Las tripulaciones operaron en un ambiente marginal, con condiciones extremadamente complicadas, sin ninguna protección legal. No había seguro para pilotos civiles en zona de guerra. No importó.

Las chanchitas fueron y vinieron al límite de su peso máximo de despegue, con la instrucción de tardar menos de 15 minutos entre aterrizaje y despegue. Desembarcaban a los soldados y la carga en menos de 10. Los pilotos hacían cuatro vuelos por día, y junto con los pilotos había un equipo de mantenimiento, soporte de operaciones, técnicos, despachantes, operadores de plataforma que dio lo mejor de sí.

Entre el 11 y el 29 de Abril de 1982, se realizaron 89 de los 92 vuelos programados. 110 soldados por vuelo, a 130 kilos por cada uno, sumándole el equipo. Sin combustible de más: lo justo y necesario para el ida y vuelta. Un kilo más de combustible era un kilo menos de leña para las cocinas de campaña.

La Guerra de Malvinas es un punto central en mi vida. Fue la primera vez que recuerdo haber visto llorar a mi papá, un 14 de Junio de 1982. Leía la Billiken y soñaba con los Super Etendard. Recuerdo por flashes haber escuchado el comunicado del hundimiento del Belgrano. Y durante toda mi infancia y parte de mi adolescencia quise ser aviador militar. Por Malvinas.

Cuando empecé a escuchar estas historias sobre los vuelos de Aerolíneas, me di cuenta que no sólo se podía ser héroe desde la cabina de un A-4. Hoy, las tripulaciones de estos vuelos son considerados veteranos de guerra. Al igual que el Escuadrón Fénix -ya hablaremos de él-, son soldados de alma. Son guerreros desde el corazón. Como los soldados que quedaron allá. Como muchos de los que volvieron. Hay otros que no estuvieron a la altura, pero no merecen más que estas líneas: ansío que haya un infierno particular para esa gente. Lo merecen.

Los que sueñan el sueño de la tierra irredenta y duermen allá para siempre. Los que volvieron y pudieron continuar con su vida, los muchos para los que la desidia y la indiferencia fue muy pesada de llevar. Por todos ellos, debemos conmemorar esta fecha. No olvidarla. No darle el gusto a aquellos que quisieron barrer los restos de una guerra bajo la alfombra. Se lo debemos a nuestros Veteranos de Guerra. Nuestros.

Hoy, 2 de Abril, es un día agridulce para los argentinos. Como en toda guerra, lo mejor y lo peor de las sociedades sale y se muestra sin filtros. Entre aquellos actos heroicos, entre esas acciones que sacan lo mejor de nosotros, está el coraje de estos argentinos de ley que, aun cuando las condiciones eran imposibles, levantaron la mano.

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    By: Pablo Díaz

    40 años. Argentino. Casado.
    Profesional de IT por elección, Aeronáutico por vocación.
    Casi piloto. Casi Spotter. Casi Ingeniero.
    Viajero ocasional, nerd frecuente.

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