Sobrecargo: Cuando los sueños de una niña se hacen realidad
Cuando somos niños soñamos con la facilidad con la vuela un ave. Nos imaginamos infinidad de universos y profesiones que nos gustarían desarrollar cuando seamos adultos. En la infancia es cuando se desarrollan las primeras pasiones que probablemente nos guíen en nuestras decisiones a lo largo de nuestros días. Lectores y equipo de Transponder 1200 tenemos una en común: la aviación. Esta es la historia particular de quién escribe estas líneas y cómo el sueño de una niña se convirtió en realidad, en ser Sobrecargo de aviación.
Si me preguntan de dónde viene el amor por volar, tendré que remontarme a los primeros diez años de mi vida. Para entrar en contexto, mi padre estudió para ser Piloto Aviador sin embargo, una de las crisis que golpearon a México sumado con cuestiones familiares le impidieron continuar. Él voló, conoció la magia de estar arriba de una aeronave y sentir la conexión con esa máquina que nos lleva a un lugar especial. No obstante, no pudo dedicarse a eso de por vida.
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El amor por la aviación siguió germinando en él y como es de esperarse, nos la compartía. Nos contaba las historias de su infancia y cómo hacía todo por volar. Incluso tirarse de un segundo piso con un paraguas. Luego comenzó con los relatos de cuando comenzó sus estudios, de su primera vez en vuelo y todas las experiencias -buenas y malas- que tuvo. Cada vez que lo escuchaba me maravilla de lo que podría ser estar entre las nubes.
Cabe señalar que mi primera experiencia en un avión fue hasta los 12 años. Mi grupo de 6to de primaria y yo tuvimos un viaje a Huatulco con motivo de fin de cursos. Mi emoción no cabía en mi ser. Todos los días preguntaba inquieta cómo iba a ser volar. Mi padre en afán de explicarme me hacía sentarme en una silla que el tomaba de un lado e iba inclinando de a poco para simular el despegue. Me moría de ganas por sentir eso de verdad. Mi corazón lo deseaba con ansias.
Y así llegó el día, arribamos al Aeropuerto de la Ciudad de México y cruzamos los filtros. ¡Era como entrar a otro mundo! Un portal que nos llevó a la puerta para abordar la aeronave de Mexicana de Aviación. Entramos al avión -mentiría si recuerdo qué avión era- y nos acomodamos casi al final de él. Lo recuerdo perfecto porque pude ver el galley trasero. Me causó mucha curiosidad, pero no me atreví a ir.
Cerraron puertas y la Tripulación de Cabina de Pasajeros comenzó a hacer la demostración de seguridad. Ahí la vi; no sé su nombre pero era la Sobrecargo que tenía asignadas nuestras filas y capturó toda mi atención. Había observado todas las indicaciones que ese gesto de seriedad, pero amable mostraban. Me generaban una gran confianza. Eso fue una gran lección para otro momento de mi vida.
El momento se acercaba; el avión estaba por despegar. Sentada en mi asiento (tampoco recuerdo la fila, pero sé que era el C) apretaba las manitos por el nervio y emoción. Escuché la voz del Capitán anunciando el despegue. El avión aceleró y de pronto estábamos volando. No puedo negar que se me hizo un hoyito en el pecho. Tampoco puedo dejar de decir que mi vértigo no me permitió ver por la ventana. Pero te aseguro, lector, que una vez pasado ese rush de adrenalina, me sentía genial, en el mejor lugar del mundo.
Pasó el viaje y volvimos evidentemente también por avión; las sensaciones fueron las mismas. El tiempo fue pasando -secundaria, preparatoria- y crecí. Tenía que ir pensando que quería para mi adultez. Debo confesar que estaba muy confundida; en un momento quise estudiar Ciencias de la Comunicación y después me decanté por Sociología. ¿Qué porque no me fui directamente a la aviación? No sabía que ser Sobrecargo no era una locura económica como lo es la formación de Piloto.
Entre la preparatoria y la universidad tuve el apoyo de mi familia de hacer un viaje a Europa. No puedo negar que es divino en un montón de aspectos, pero una vez más, mi momento favorito fueron las 12 horas de vuelo y las de vuelta. Por ello, cuando comencé a tener mis primeros ingresos, junté un pequeño monto para volver a subirme a un avión y sí, comprobé que era el mejor lugar para estar.
Para ese entonces estaba terminando la licenciatura en la UNAM y trataba de hacer mi camino en mi rama de estudio. Sin embargo, llegó el día que sentía que iba a suceder. Mi corazón y mente me decían que tenía que hacer algo para estar dentro de un avión, para volver a los cielos. Entonces inicié la búsqueda de escuelas que ofrecieran cursos de Sobrecargos. El pequeño ingreso que tenía lo iba a enfocar en cumplir el sueño de Ingrid sentaba en una silla a punto de despegar.
Debo decir que fui una bendecida -o una suertuda- pero, a los pocos días de iniciar mi pesquisa, Interjet publicó una convocatoria masiva para Sobrecargos SIN licencia en Ciudad de México. No podía creerlo. Lo había visto un lunes por la noche y la convocatoria era el miércoles. Solo pude incorporarme y decirle a mi madre que quería ser Sobrecargo, la Socióloga profesional tendría que pausarse. Al principio no podía creerlo y creyó que era pasajero; hoy recuerda sus palabras pero agrega que ve mi rostro de alegría cada ocasión que iba a volar o hablo de ello y sabe que es real.
Me presenté al Camino Real del AICM y había un mar de gente; creí que no iba a ser seleccionada. Para mi fortuna eso no fue así. Me llamaron al Corporativo de Toluca ese mismo viernes y así comenzó el proceso de contratación. Al par de semanas, nos avisaron que iniciaría el curso y para agosto de ese año estaba teniendo mi graduación de sociología y mi examen final para obtener la licencia de Sobrecargo.
El 7 de septiembre tuve mi primer vuelo asesorado. Era un México-Lima que duraba 6 horas, tenía tantos nervios por la evaluación que creí que me distraerían del sentimiento, pero no fue así. A bordo de un Airbus A320 volví a conectar con los cielos y me hizo sentir que estaba en el lugar correcto. Desde el día uno disfruté mi trabajo como Sobrecargo; el servicio a los pasajeros, mantener la seguridad de los vuelos, hacer más cálidos los vuelos y por supuesto, el sentimiento al escuchar la potencia al despegue, la vista por las ventanas e incluso cuando baja el tren de aterrizaje y cuando el avión toca tierra.
Para quienes comparten esta pasión entenderán la extensión de este texto. No se puede poner en un texto el sentimiento de estar en el lugar más seguro y hermoso. Mis colegas Sobrecargos no me dejarán mentir sobre el gusto por atender a los pasajeros y hacerlos sentir como a mi me hizo sentir aquella Sobrecargo de Mexicana: seguridad, pero amabilidad en todo momento. Gracias a lngrid niña por no morir y guiarme en las decisiones que me hicieron encontrar mi pasión y vivir los años más felices. No dejemos que nuestros niños interiores mueran, son más sabios de lo que queremos admitir.