Aviación y literatura
Por: Juan Antonio José
Miembro activo de la SMEAL
“Para escribir hay que tener algo que decir” afirmaba Antoine de Saint-Exupéry. Posiblemente, pero no cualquier cosa, y es que lo que vale la pena compartirse sólo puede emanar de lo extraordinario, requisito que mi opinión debe existir para tener algo digno que expresar.
Pocas actividades nos recuerdan tanto nuestra realidad, nuestra vulnerabilidad y por ende nuestra mortalidad como lo hace el volar; por lo tanto, en el alma de cada aviador vuela un poeta. Algunos no lo reconocen y sólo lo sienten, guardándolo en lo más profundo de su intimidad, pero lo saben. Otros lo aceptan y lo llevan consigo sin grandes alardes, pero para otros, la experiencia de enfrentar a la naturaleza y ser testigos de la belleza que rodea el vuelo humano, los obliga a convertirse en narradores integrando así este capítulo especial en el arte de escribir, llamado: Literatura Aeronáutica.
¿Poesía o prosa? ¿Aviación o Volar? Cada aviador se relaciona a su manera ya sea con su aeronave o con el cielo donde va a volar en ella. Bien se dice al hablar de literatura aeronáutica que el espíritu del vuelo no yace en el avión sino en el aviador, del que emanan los actos para conducir su aeronave y las palabras que reflejan lo vivido.
Algunos “elegidos” lo saben muy bien, pero muy pocos lo saben expresar, tal es el caso de tres grandes obras y aviadores en esta categoría: El espiritual Richard Bach con “Juan Salvador Gaviota” como carta de presentación literaria, el práctico Charles A. Lindbergh con su libro “El Águila Solitaria” y el propio Saint-Exupéry, padre de un conocidísimo “Principito”.
Por cierto, los tres verdaderos filósofos del vuelo están íntimamente relacionados entre sí, tanto, que resulta imposible concebirles como artistas de la pluma aérea sin reconocer las influencias que cada uno tuvo en el otro. Personajes poseedores de la sensibilidad de maravillarse por la magia del vuelo, la lucidez de aprovechar el privilegio de ver al mundo y a sus habitantes desde esa perspectiva, el valor de arriesgarse a compartir su experiencia con el resto de los habitantes de la Tierra por medio de la palabra escrita y la humildad de no vanagloriarse por ello.
¿El vuelo del filósofo? ¿Y por qué no? Filosofar no es otra cosa que tratar de encontrar un sentido a la vida ¿y qué mejor lugar para encontrársela que estando completamente solo al mando de una aeronave sobre un campo de batalla (Bach), sobre el Atlántico Norte (Lindbergh) o sobre el Desierto del Sahara (Saint-Exupéry)?
Aviación y literatura… Hermosa conjunción no cabe duda. Sin embargo, conforme al vuelo profesional se le está despojando de ingredientes esenciales y atractivo en aras de la rentabilidad financiera, las posibilidades de que se escriban nuevas páginas en las cabinas cada día se reducen, condenando así a una virtual extinción de la literatura aeronáutica.
Y es que hay molestia en el gremio y ese no es un ingrediente muy fértil que digamos para la inspiración y la creación literaria. Aun así hay quienes defienden su derecho de seguir maravillándose con lo que ven más allá de los cristales de sus puestos de pilotaje en un avión comercial y emulando a un Bach, a un Lindbergh o a un Saint-Exupéry, se atreven a una dimensión más bien humana a su labor esencialmente técnica mediante el uso de la palabra escrita.
Es por eso que hay que reconocer y apoyar al aviador cuando se transforma, si no en poeta, por lo menos en narrador de las artes del vuelo. Cada vez con menor frecuencia, pero los hay todavía. Pero cuidado; el día en que se extingan esas águilas, los hombres serán solo masas de carne y hueso, las aves no serán más que animales emplumados y las aeronaves simple y sencillamente máquinas. El día en que nadie se maraville ante el espectáculo de un ala venciendo a la gravedad, la ilusión habrá perdido la batalla ante la realidad y con ello la aviación y no solo la literatura aeronáutica que yo amo, habrá dejado de existir.